jueves, 29 de diciembre de 2016

Feliz 2017



A punto de terminar el año, parece que lo que toca es desearse felicidad, salud y éxitos para el año que está a punto de empezar pero, ¿por qué se nos olvida dentro de una semana? ¿por qué un cambio de día, o de mes, es más importante que los demás y saca de nosotros los mejores deseos? ... La verdad es que el porqué es lo de menos, y lo que importa es que efectivamente nace en nosotros esa buena persona que llevamos dentro y que nos hace decir ¡Feliz año nuevo!

Yo, además, quisiera también desearos...

 Que la "magia" de estas fechas se mantenga cada día
Que no dejéis de luchar cada día por vuestros sueños
Que la ilusión de los propósitos de año nuevo se mantenga todo el año

Que las buenas palabras y deseos que surgen en estas fechas desde el fondo de nuestra alma, se mantengan y crezcan durante cada día de cada año

Que cualquier día, y cada día, sea bueno para tender una mano y decir "feliz día" con la ilusión con la que ahora decimos feliz año
Que construyáis, cada día, el poquito que le toca a cada día, y no os falte la paciencia para alcanzar el resultado
Que os merezca la pena el esfuerzo para alcanzar cada meta y seguir creciendo un poquito cada día
Que si hay una caída, tengáis la valentía de levantaros
Y que lleguéis al 31 de diciembre de 2017 con más ganas de seguir manteniendo vuestra ilusión y vuestros deseos para otro año más

¡FELIZ 2017!



domingo, 11 de diciembre de 2016

Los 9 pasos de una decisión






Reflexionando sobre la vida, nos damos cuenta de que vivir supone siempre decidir: a veces decisiones intrascendentes, como qué me pongo hoy o si desayuno café, galletas o tostadas... otras, otras son lo más importante y suponen cambiar nuestra vida, nuestra manera de vivir, y que afectarán al resto de nuestra existencia, como puede ser un cambio de trabajo... o de vida. 

Para esas decisiones importantes es para las que merece la pena pararse e ir paso a paso. 

Las decisiones que salen bien, no es suerte, es que se han tomado bien. Otras decisiones salen mal... tampoco es mala suerte, es que las hemos tomado mal.

Y aquí pensamos... ya, ni que fuese tan fácil... Y no lo es... la única manera de aprender a tomar decisiones es tomando decisiones. Hay veces que tenemos la suerte de tener a nuestro lado a alguien que nos enseña a tomarlas: los consejos de nuestros padres y de las personas que nos quieren de verdad, y que muchas veces despreciamos sin analizar porque "no me entienden". Pero al final, si somos lo suficientemente humildes y honestos, saber escuchar los consejos de otros, los consejos dados desde el cariño y la experiencia en la vida, pueden ser un valor incuestionable para ayudarnos a tomar esa decisión que tanto nos preocupa. 

Porque sí, hemos de tomarla, las cosas no cambian porque sí, no cambian solas sin hacer nada, hemos de coger las riendas de nuestra vida y no quedarnos esperando en el limbo a que alguien las coja por nosotros. Si esperamos eso, nuestra vida será de otro, no nuestra.

1. Conoce la situación del problema que está requiriendo una decisión. Date el tiempo que necesites

Tenemos que ser conscientes de nuestro contexto, que puede tener situaciones tanto racionales como emocionales y que nos suponen un conflicto (si no fuese así, no necesitaríamos tomar la decisión). Muchas veces queremos resolverlo cuanto antes, sin pensar, de modo impulsivo o incluso angustiada. Sin embargo, si nos damos tiempo suficiente, podremos llegar a comprendernos, a tener una nueva visión de la situación o a plantearnos pedir ayuda a una persona en la que confiemos, que nos pueda aportar su visión sin juzgar, sólo con el afán de ayudar. 

Debemos darnos tiempo a expresar nuestro conflicto, nuestro problema, con serenidad, y admitir la diferencia entre los deseos y los proyectos o necesidades que debemos cubrir.

2. Define tu decisión. Descríbela objetivamente y no seas ambiguo

Lo mejor, obviamente, es dar este paso con la máxima precisión posible y para ello, aunque parezcan tópicos, son de mucha ayuda las preguntas básicas: qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué ... y cualquier otro interrogante que nos ayude a deshacer posibles equívocos.

A lo que hay que llegar, en definitiva, es a definir cuál es el objetivo de la decisión, y cuanto menos ambigüedades, mejor. 
No se trata de definir esencias, sino de ser descriptivos sobre lo que hemos decidido hacer y dejar las subjetividades e interpretaciones lo más lejos posible.

3. Acepta lo que pasa y enriquece la información

Lo primero es aceptar lo que pasa, no auto-engañarnos, y a partir de ahí, buscar información sobre lo que es posible hacer. Si tienes la suerte de contar con quien puede, sabe y quiere ayudarte, acude a esa persona. No acudas a quien sabes que te va a decir sólo lo que quieres oír, eso sólo alimentará tus dudas. Prepárate para escuchar opiniones diferentes a las tuyas sin la predisposición de que "estoy en posesión de la verdad".

Muchas veces tomamos malas decisiones por falta de información y, en demasiadas ocasiones, por defendernos de información que pueden contrariar nuestros deseos. 

Busquemos, pues, el consejo de aquellas personas que, sin querer lastimarnos, buscan aportarnos una visión que no tiene por qué coincidir con la nuestra.

4. Clarifica los valores que entran en juego en tu decisión

Es el momento de ser sinceros con nosotros mismos, de decirnos y clarificarnos, de verdad, cuáles son nuestros valores, los que preferimos de verdad, no los que decimos que tenemos, los que decimos que preferimos o los que la sociedad o los que nos rodean nos han "impuesto". 

Lo que tenemos que decidir es lo que nos vale, lo que de verdad nos merece la pena, lo que queremos que dé sentido a nuestra vida.
Obviamente, esta reflexión lleva su tiempo y el reconocimiento de nosotros mismos. Las personas que mejor nos conocen nos pueden ayudar... si les dejamos que lo hagan. Pretender tomar estas decisiones solos a veces es demasiado aventurado.

Hay valores básicos para todos, pero no se trata de hablar de Maslow ni de necesidades primarias, se trata de que cada uno de nosotros debe vivir conforme a lo que le vale la pena para vivir, no conforme a lo que a veces decimos que nos gustaría como valor de nuestro proyecto de vida.

Cuántas veces hablamos de nuestros valores cuando no son nuestros, sino del que nos escucha, o de la sociedad en la que vivimos y en la que no queremos "destacar"
Además, debemos tener en cuenta el aquí y el ahora. No todos los momentos de nuestra vida son iguales y, en ocasiones, el tener que tomar una decisión es lo que de verdad nos ayuda a clarificar lo que nos vale para la vida, a nosotros, a mí, a ti. ¿Porque sabes? El único que va a vivir contigo toda tu vida y no le queda más remedio que hacerlo, eres tú.

 5. Busca las alternativas posibles para tu decisión, pero elige libremente

Somos capaces de identificar mucho mejor nuestros valores, lo que "nos vale", cuando escogemos opciones libres entre alternativas válidas. Lo que nos ocurre muchas veces es que nos "polarizamos" tanto hacia el problema, que nos olvidamos de pensar en que hay más de una alternativa o solución.

Construye alternativas a la situación y hazlo de la manera más libre posible. Empieza por una tormenta de ideas, escribe todas las vías que se te ocurran sin tener en cuenta su viabilidad. Sé sincero contigo mismo, escribe incluso opciones que a priori puedan parecerte descabelladas, y párate después a hacer una revisión crítica y realista de las posibilidades y eficacia de cada una de ellas.

A veces nos anclamos tanto en nuestra "única solución", que nos olvidamos de pensar en otras alternativas y acabamos excluyendo, sin saber, la mejor solución posible.

Lo que es importante es que nuestra decisión sea nuestra. No es lo que espera mi madre, mi pareja, mi jefe, mi amigo... es MI decisión, tomada libremente.

6. Analiza las posibles consecuencias de tu elección

De lo que se trata es de prever, con realismo, las consecuencias de cada una de las alternativas que hemos pensado. Sobre todo, estar muy seguros de que la decisión no es un "capricho", no supone sólo una resolución de mi voluntad en un momento concreto, sino de afrontar la vida de otro modo, o con otras circunstancias, o teniendo que modificar nuestras costumbres y rutinas, o incluso nuestros tópicos, esos que sin ser conscientes, todos tenemos y usamos en nuestras conversaciones con los demás... y con nosotros mismos.

Busquemos el momento oportuno, ese en el que nos sintamos preparados para someter, con tranquilidad, las alternativas a las consecuencias: ventajas o desventajas, posibles reacciones propias y ajenas. 

Todo tiene sus pros y sus contras y es posible que no exista ninguna solución que no pueda causar algún nuevo problema

 7. Plan de tareas. ¿Qué tengo que hacer?

Ya hemos pensado en qué. Ahora nos toca pensar en cómo. Cuáles son las tareas que tengo que hacer para construir mi decisión. Como en un proyecto, el más importante... nuestra vida... es bueno planificar las tareas en el tiempo, en el espacio, en quién ha de hacer cada cosa, en el nuevo talante que habrá que aportar.

El ver de antemano ese plan de tareas nos va a ayudar a tomar la decisión con la conciencia real de su posibilidad y de cómo se va a ir desarrollando. Evidentemente, tendremos que contar con cualquier persona que haya de intervenir en la decisión: su capacidad de respuesta, su disposición para colaborar, o su ausencia de ella.

8. Comprométete con tu decisión

Haz un chequeo a la libertad con la que tomas la decisión. Es el momento de saber si la decisión es mía o de otros

Sólo desde la propia libertad se decide bien
 Podemos hacernos algunas preguntas para saber si de verdad es nuestra la decisión:

  • ¿Lo hago porque no puedo fallarle? ... No es mía
  • ¿Sería peligroso para mí no hacerlo? ... No es mía
  • ¿Me resigno? ... No es mía
Lo que importa, al  final, es que no nos comprometan "desde fuera", sino que adquiramos libremente nuestro propio compromiso y nos responsabilicemos de nuestra decisión

Soy yo el que respondo de aquello a lo que me comprometo
Sin esta responsabilidad no hay decisión real, no nos hemos comprometido con ella. Esta es realmente la toma de la decisión.

9. Evalúa el resultado de tu decisión

Cuando hemos hecho el esfuerzo de tomar una decisión, también nos debe merecer la pena comprobar que las cosas siguen funcionando.

Para prevenir lo que se ve venir, debemos lograr que no venga
Si la decisión es importante, sigamos confiando en ella una vez tomada. En nuestra vida, a veces nuestras decisiones resultan fallidas y es muy importante localizar dónde está ese paso mal dado... y corregirlo. Muchas de las decisiones que tomamos son reversibles (aunque sea con daño) y rehacer el proceso puede ayudarnos a mejorar un poco la situación.

Haber cometido un error en nuestra vida por haber tomado una mala decisión, no tiene que atarnos el resto de nuestra vida a ella


Desde aquí, mi más profundo agradecimiento a mi queridísimo Joaquín, que siempre ha estado ahí, "abrazándome" en los momentos importantes de toma de decisiones en mi vida e inspirador absoluto de este artículo

jueves, 8 de diciembre de 2016

Cuando la mejor decisión es coger tu mochila y seguir tu camino


A veces una decisión dura es la mejor solución


Un compañero, con el que he tenido el placer de compartir muchas horas de buen trabajo, utiliza de manera continua una máxima:

Si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema

¿Somos lo suficientemente honestos con nosotros mismos para reconocer cuándo no somos parte de la solución? Está claro que nadie quiere ser, ni sentirse, parte de ningún problema (nadie en su sano juicio creo...). Sin embargo, seguimos luchando en muchas ocasiones para imponer nuestra manera de hacer las cosas, que siempre ha funcionado,  y que puede que en esta ocasión no funcione... pero nuestro ego no nos deja retirarnos a tiempo... y perdemos.

En una de mis experiencias profesionales me ha tocado "abandonar" por el bien del equipo y del proyecto. Abandonar porque ya había aportado todo lo que tenía que aportar, abandonar porque no siempre las mismas cosas funcionan en distintos entornos. 

Tu manera de ser como director de proyectos no es lo único que importa: el equipo con el que te encuentras, la situación temporal, la dirección de la compañía y, en definitiva, el entorno en el que te mueves y "su manera" de hacer las cosas también importa... y no siempre encaja. 

Tengo muy claro que no encajar en un proyecto, con un equipo, con una cultura de empresa, no convierte a nadie ni en mejor ni en peor profesional. Lo que sí creo que reconocer a tiempo que las cosas no están funcionando aunque lo hemos dado todo... y apartarnos para que el proyecto y el equipo sigan su curso, nos dejará una cicatriz, pero nos hará crecer . 

La sensación inicial de fracaso es dura, cómo no va a serlo. Es dura si lo has dado todo, si no has actuado de mala fe sino que has aportado todo tu conocimiento y experiencia y en ocasiones se ha malinterpretado, es duro si has "dado la cara" por personas que bajan la mirada cuando les toca hacer lo mismo, es duro cuando te has esforzado por hacer equipo y te das cuenta de que en realidad viven más cómodos sin cambiar, pero, por encima de todo, es la experiencia que te hace crecer y te hace ver que la vida, tanto la laboral como la personal, ni siempre es "justa", ni siempre es "rosa", pero siempre te proporciona experiencias que, si sabes analizarlas después del dolor, te harán mejor profesional y mejor persona.

No perdamos las ganas de seguir dando pasos adelante, siempre habrá piedras en el camino que nos harán caer, pero por suerte, podemos apoyarnos, tambalearnos, y volver a levantarnos... siempre que queramos hacerlo.

Cruzar la línea para dejar de hablar y empezar a comunicarse


Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, nos relacionamos con nuestro entorno y nuestros semejantes de manera continua pero, ¿realmente nos comunicamos? 

Tanto en los proyectos como en el día a día, se confunde en muchas ocasiones "hablar" con "comunicarse". Estamos cansados de oír teorías de la comunicación, del lenguaje no verbal, de lo que se dice sin hablar y al final, muchas veces nos puede nuestro ego ... y sólo hablamos... ¿Cuántas veces escuchamos para replicar en lugar de para entender el otro? ¿Cuántas veces "tener razón" y decirle al otro lo que queremos que escuche nos puede por encima de todo? Pero al final, ¿qué conseguimos? ¿Liberar nuestro ego? ¿Decir en alto nuestros pensamientos? ¿Imponernos al otro? ¿Quedar por encima? Si tu objetivo está entre alguno de ellos, entonces obviamente no buscas comunicarte sino otra cosa. Sin embargo, si lo que queremos es que nos comprendan y comprender, si lo que queremos es transmitir, entonces tenemos que asegurarnos, como emisores, que nuestro receptor quiere y puede recibir nuestro mensaje.

En todas las conversaciones con tus compañeros, con tu equipo, con la dirección de tu compañía, con cualquiera a quien quieras llegar, si quieres comunicar de manera eficiente, no basta con hablar, con preparar un discurso y soltarlo sin más.

Porque la comunicación es cosa de dos, pero es responsabilidad del emisor el que el mensaje llegue a su destino... y se entienda
Cuando tengas que enfrentarte a una conversación difícil o importante, en la que quieras realmente comunicar (del latín "comunis", que significa "en común") es bueno tener en cuenta algunos puntos que nos pueden ayudar. Algunos pueden parecer obvios, pero muchas veces se nos olvidan porque nuestro ego, nuestro impulso de "yo tengo razón", nos puede.


  1. Saber lo que queremos decir, estar convencidos de las razones y argumentos de nuestras ideas
  2. Ser conscientes de que no existe la verdad absoluta y que la persona con la que hablemos puede no estar de acuerdo con nosotros
  3. Saber escuchar las replicas de manera activa. No escuches para responder, escucha para entender, y una vez que entiendas, plantea tu contestación. No te precipites cortando al otro en su argumento con "tu razón"
  4. Saber identificar los momentos para conseguir una buena comunicación: no pidas un aumento cuando tu jefe acaba de discutir con un cliente, no vayas hecho una furia a hablar con una persona que te ha mandado un correo inorportuno o poco apropiado, ... No es siempre fácil, o casi nunca lo es... es sólo una reflexión que no siempre hacemos (y me incluyo)
  5. Ser claro en nuestra exposición y no utilizar lenguaje verbal ni corporal que pueda apabullar al otro. No queremos imponer, queremos compartir la información y que llegue al otro
  6. Cuando la conversación necesite aclaraciones, busca la manera más cercana de comunicarte. No utilices formalismos, correos o comunicación escrita. Busca la manera más adecuada de ser entendido. Es tu responsabilidad como emisor. Si el receptor no te entiende, pregúntate por qué... no será siempre porque no quiere... y si lo es, vuelve a preguntarte por qué.
Al final, si lo que queremos es comunicar, debemos dejar la "razón" y el "ego" detrás de la puerta y crear el mejor ambiente posible para que el entendimiento llegue. Es difícil, pero es lo que supone cruzar la línea para dejar de hablar y empezar a comunicarse... y a entenderse.

Todo un reto...